30 jun 2011

LO PEQUEÑO ES HERMOSO - E.F.Schumacher

Ya existe una evidencia abrumadora de que el gran sistema de equilibrio de la naturaleza se está convirtiendo persistentemente en desequilibrio, particularmente en ciertas áreas y puntos específicos. Lamentablemente, nos llevaría demasiado tiempo se tratara de exponer aquí las pruebas. En otras palabras, la condición de desequilibrio puede entonces no tener nada que ver con puntos específicos, sino que habrá llegado a ser una situación generalizada. Cuanto más lejos se permita llegar a este proceso, más dificultoso ha de ser el invertirlo, si es que no se ha convertido ya en un fenómeno irreversible.

Encontramos, por lo tanto, que la idea del crecimiento económico ilimitado, hasta que todos naden en la abundancia, necesita ser cuestionada seriamente por lo menos en dos aspectos; la disponibilidad de recursos básicos y, alternativos o adicionalmente, la capacidad del medio ambiente para absorber satisfactoriamente el grado de interferencia que implica. Hasta aquí hemos considerado el aspecto físico-material del asunto. Consideremos ahora algunos aspectos no materiales del mismo.

No nos cabe la menor duda de que la idea del enriquecimiento personal tiene un atractivo muy poderoso para la naturaleza humana. Keynes, en el ensayo citado previamente, nos advertía que todavía no era tiempo para un “retorno a algunos de los más seguros y ciertos principios de la religión y la virtud tradicional: que la avaricia es un vicio, que la exacción de la usura es un crimen y el amor al dinero es detestable”.

El progreso económico, aseguraba, sólo se obtiene si empleamos esos poderosos impulsos humanos del egoísmo, que la religión y la sabiduría tradicional nos llaman universalmente a resistir. La economía moderna se mueve por una locura de insaciable ambición y se deleita en una orgía de envidia, siendo éstos no meramente hechos accidentales sino las causas últimas de su éxito expansionista. La pregunta es entonces si tales causas pueden conservar su efectividad por mucho tiempo o si llevan implícitamente la semilla de su propia destrucción.

Si Keynes dice que “lo sucio es útil y lo bello no lo es”, está proponiéndonos una definición pragmática que puede ser verdad o mentira, o que puede parecer verdad a corto plazo y convertirse en falsa a largo plazo. ¿Qué es en realidad?.

Yo diría que ya hay suficiente  pruebas para demostrar que tal definición es falsa en un sentido muy directo y práctico. Si los vicios humanos tales como la desmedida ambición y la envidia son cultivados sistemáticamente, el resultado inevitable es nada menos que un colapso de la inteligencia.
Un hombre dirigido por la ambición y la envidia pierde el poder de ver las cosas tal como son en su totalidad y sus mismos éxitos se transforman entonces en fracasos. Si sociedades enteras se ven infectadas por estos vicios, podrían llegar a obtener cosas asombrosas, pero serían cada vez más incapaces de resolver los más elementales problemas de la existencia cotidiana.
El Producto Nacional Bruto puede crecer rápidamente, tal como lo miden los estadísticos, pero no supone bienestar para la gente, que se encuentra oprimida por la creciente frustración, alienación, inseguridad, etc. Después de un tiempo incluso el Producto Nacional Bruto cesa de aumentar, no por fallos científicos o tecnológicos, sino más bien debido a una parálisis deformante de no-cooperación, tal como la expresada en varios tipos de escapismos, no sólo por parte de los oprimidos y explotados, sino también por los grupos altamente privilegiados.

La afirmación de que “lo sucio es bello y lo bello no lo es” es la antítesis de la sabiduría.
Desde un punto de vista económico, el concepto principal de la sabiduría es la permanencia. Debemos estudiar la economía de la permanencia. Nada tiene sentido económico salvo que su continuidad a largo plazo puede ser proyectada sin incurrir en absurdos.

Puede haber “crecimiento” hacia un objetivo limitado, pero no puede haber crecimiento ilimitado, generalizado. Como Gandhi dijo, es más que probable que “la tierra proporcione lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada hombre pero no la codicia de cada hombre”. La permanencia es incomparable con una actitud depredadora que se regocija en el hecho de que “los que eran lujos para nuestros padres han llegado a ser necesidades para nosotros”
El fenómeno y la expansión de las necesidades es la antítesis de la sabiduría. Es también la antítesis de la libertad y de la paz.
La economía de la permanencia implica un profundo cambio en la orientación de la ciencia y la tecnología. Estas tienen que abrir sus puertas a la sabiduría y, de hecho, incorporar sabiduría en su estructura misma. “Soluciones” científicas o técnicas que envenenan el medio ambiente o degradan la estructura social y al hombre mismo, no son beneficiosas, no importa cuán brillantemente hayan sido concebidas o cuán grande sea su atractivo superficial.

Maquinas cada vez más grandes, imponiendo cada vez mayores concentraciones de poder económico y ejerciendo una violencia cada vez mayor sobre el medio ambiente, no representa progreso, son la negación de la sabiduría. La sabiduría requiere una nueva orientación de la ciencia y de la tecnología hacia lo orgánico, lo amable, lo no-violento, lo elegante y lo hermoso.

La paz, como a menudo se ha dicho, es indivisible. ¿Cómo podría, entonces, construirse la paz sobre una base hecha de ciencia indiferente y tecnología violenta?. Debemos procurar una revolución en la tecnología que nos de invenciones y maquinarias que inviertan las tendencias destructivas que ahora nos amenaza a todos.

¿Qué es lo que realmente necesitamos de los científicos y tecnólogos? Yo contestaría: necesitamos métodos y equipos que sean:

   - suficientemente baratos de modo que estén virtualmente al alcance de todos;
   - apropiados para utilizarlos a escala pequeña; y
   - compatibles con la necesidad creativa del hombre.

De estas tres características nacen la no-violencia y una relación entre el hombre y la naturaleza que garantiza la permanencia. Si sólo una de estas tres es descuidada, las cosas muy probablemente irán mal. Examinémosla una por una.

Métodos y maquinarias suficientemente baratos como para estar virtualmente al alcance de todos, ¿por qué tenemos que pensar que nuestros científicos y tecnólogos no son capaces de desarrollarlos? Esta fue una preocupación básica de Gandhi: “Yo deseo que los millones de pobres de nuestra tierra sean sanos y felices y los quiero ver crecer espiritualmente...Si sentimos la necesidad de tener maquinas, sin duda las tendremos. Toda máquina que ayuda a un individuo tiene justificado su lugar”, decía, “pero no debería haber sitio alguno para maquinas que concentren el poder en las manos de unos pocos y tornan a los muchos en meros cuidadores de maquinas, si es que estas no los dejan antes sin trabajo.”

Supongamos que el objetivo reconocido por inventores e ingenieros llegue a ser, según observaba Aldous Huxley, dotar a la gente corriente de los medios necesarios para “hacer un trabajo provechoso e intrínsecamente significativo, ayudando a hombres y mujeres a independizarse de sus patrones, de modo que se transformen en sus propios empleadores, o en miembros de un grupo autogestionado y cooperativo que trabaje para su subsistencia y para un mercado local... este progreso tecnológico orientado en forma tan diferente (daría como resultado) una descentralización progresiva de la población, el acceso a la tierra, la propiedad de los medios de producción, el poder político y económico”.

Otras ventajas, decía Huxley, serian “una vida humanamente más satisfactoria para más gente, una mayor y genuina democracia autogestionada y una feliz liberación de la estúpida y perniciosa educación para adultos dada por los productores de bienes de consumo masivo mediante la publicidad”.  

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